Manuel, pedicuro de oficio, miembro de un conjunto musical que interpreta tangos y boleros en un decadente café-cantante, tiene la costumbre de visitar los domingos en el cementerio a su madre fallecida varios años antes. Allí le cuenta lo que ha hecho durante la semana. Uno de esos domingos le dice que se va a casar de inmediato. Gloria, la madre, surge indignada de su tumba para preguntarle con quién. El hijo, asustado, huye corriendo. Tres compañeros de sepultura de la madre salen para tranquilizarla. En su enfaldo, ella, de manera ocasional, invoca al diablo, el cual queda a su disposición para castigar a Manuel cuando haga falta.
El hijo regresa despavorido a su apartamento y se encuentra allí con su madre, que no va a cejar hasta conocer a la novia para autorizar o no que la boda se produzca. Este fantástico hecho devuelve determinados hábitos a la casa, una vez que Manuel no le queda más remedio que aceptar la situación, sobre todo, al conocer que sólo él puede ver a su difunta madre, pues nadie podrá advertir su presencia. Manuel intenta retrasar que Gloria conozca a Dolly, la novia, compañera también del grupo musical, y madre soltera de una anterior relación. Manuel pide ayuda a Ernesto, mentor del conjunto que actúa en el café-cantante, que no puede creer que Gloria haya "vuelto". Ni él, ni el otro compañero, Julio, que va a consultar una dolencia de uñero que Manuel suele remediar. Al verlos, Gloria se siente engañada ya que, desde su muerte, su hijo no ha acabado la carrera de medicina, conformándose con un título menor, ni ha seguido estudiando a los clásicos de la música, contentándose con ser un músico del tres al cuarto. A pesar de los castigos que le confiere el diablo, Manuel mantiene firme su deseo de casarse con Dolly, desoyendo los consejos de la madre. El día anterior a la boda, Gloria es visitada por sus compañeros de tumba que finalmente la convencen de que deje al hijo en paz y vuelva con ellos al cementerio. Manuel y Dolly, por fin descansarán de la amenaza de los difuntos.